¿El primer beso?
Fue asqueroso.
Maripaz tenía algo entre los dientes, creo que pizza,
y su lengua era como un pez flotando en el rio boca arriba.
Pero hubo muchas veces más veces la primera.
Otras bocas con pez o con lombrices o una taladradora.
Besos a oscuras tontos como una peli de Meg Ryan.
Besos sucios de tapia y besos del revés. Como el de Spiderman.
Besos tijera y destornillador y besos de tren con su pañuelo blanco y todo.
Y tantas Maripaces.
Diosito, basta ya.
Pero Diosito estaba en las Malvinas, o en Bosnía; o en Kabul.
Mucho papeleo.
“Aunque estás en la lista de espera”, me dijo.
No personalmente, claro.
Y un día mis sueños se hicieron realidad.
Y apareciste tú. Toda gorda y reluciente.
Animala.
Medaiguala, porquesí, turbadoramente segura de ti misma.
“Gracias Diosito”
Y ahora resulta que siempre te duele la cabeza o ya es muy tarde o estás echa polvo o o o, un rayo de sol, o o o.
Y ahora resulta que había siete folios de letra pequeña.
Y ahora resulta que tiraste la llave.
Que me has puesto un chip de esos de perros.
Por si me pierdo.
Y ahora resulta que, he aprendido a separar la ropa blanca de color.
A usar cubiertos en la mesa.
A morderme los labios.
A comerme las uñas.
A hacer cuarenta largos de pasillo, por tal de que no, por tal de que no.
En vez de un martillo.
Y ahora resulta que te quiero. Que te quiero. Que te quiero.
Diosito, baja.
Pero yo, te quito dinero del bolso.
Voy al mar. Y vuelvo. En sólo diez segundos.
Y no te das ni cuenta. Ja ja ja.
Bajo a la nevera en mitad de la noche (por eso nunca hay chocolate).
Y cuando sea mayor
-tú, que siempre me dices que crezca-,
quiero ser poeta y clavarte en la espalda mis versos de mierda.
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